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La Muela, adaptación de Shirley Jackson

Actualizado: 24 ago 2021

Este es un cuento que ha sido adaptado, modificado y macheteado. Sincronizado para mejores días, este relato se aprovecha del horror que sentimos en la silla odontológica.






El bus estaba esperando, jadeando en el andén. Había poquita gente en el bus y, a esa hora de la noche, nadie pasaba por la acera.


Parada en el andén, junto a la puerta del bus, Clara intentaba decirle algo a su esposo, con la mitad de su cara inflamada y con un dolor penetrante que no la dejaba pensar dijo “Me siento chistosa”.


“¿Estás bien?”


“No, por supuesto que no,” .


“Todo va a estar bien” él dijo cariñosamente.


“Me siento chistosa,” ella dijo. “Como con sueño y un poquito mareada.”


“Eso es por la droga,” él dijo. “Toda esa codeína y el whisky y sin nada de comer en todo el día.”


Ella se rió nerviosamente. “Yo no podría ni peinarme ahorita, me tiemblan las manos. Menos mal es de noche.”


“¿Estás segura que tienes suficiente plata?” Él dijo.


“No sé” Clara dijo. “ Llegó a la casa mañana.”


“Escríbeme si necesitas más,” él dijo. El conductor del bus salió de la puerta de la tienda del frente. “No te preocupes.”


“Chao,” le dijo Clara a su esposo.


“Te vas a sentir bien mañana,” dijo su esposo. “ Es sólo un dolor de muela.”


“Chao,” dijo Clara. El bus estaba casi vació y ella se fue bien atrás y se sentó en la ventana en donde la estaba esperando su marido, desde afuera. “Chao,” ella le dijo a través de la ventana “cuídate”.



Cuando el chofer volvió a su asiento, después de cobrarles el pasaje, ella se recostó, apacible, sintiendo el somnífero de las drogas. El latido de la muela lo sentía lejos y mezclado con el movimiento del bus, un traqueteo que iba a la par con los pulsos de su corazón, cada vez más fuertes, incansables en la noche. Echó la cabeza hacia atrás, puso los pies en el asiento de al lado y cayó dormida sin haber dicho adiós a su pueblo.


Abrió los ojos en un momentico y vio que el autobús andaba en la oscuridad, en silencio. La muela le latía fuerte y puso la mejilla hinchada en la ventana helada. Sentía como si la muela hubiera empezado un asedio sobre su persona, no le dejaba respirar, no le dejaba hablar, no le dejaba dormir. Las únicas luces eran la serie de bombillas de colores a lo largo del techo del vehículo. Al frente, en el bus, lejos de donde ella estaba, vio sentados a unos pasajeros; el chofer, lejano como la luna en un telescopio, manejaba muy derecho, perfectamente despierto. Clara volvió a sumirse en su extraño sueño.


Clara se despertó cuando el bus se detuvo, un minuto antes de que la muela le doliera otra vez. “¡Quince minutos!” gritó el conductor. Clara se levantó y salió del bus al paradero, con los ojos chiquitos y arrastrándose como un pingüino. El paradero estaba caldeado, lleno de gente y de bulla. Se sentó en una mesa que estaba sola en una esquina. Alguien se sentó al lado y ella ni lo sintió.


“¿Vas muy lejos?” preguntó un hombre alto y de traje azul.

“Sí” respondió ella.

“¿Quieres un café?”

Ella dijo que sí y el hombre pidió un tinto que llegó humeando en un pocillo junto a ella.

“Tómatelo”

Clara lo sorbió, de a poquitos por lo caliente; ella se habría sumergido en ese tinto si no se hubiera dado cuenta que su nuevo acompañante le estaba hablando de cosas sin sentido.


“Vámonos” dijo el chofer y Clara se terminó el tinto de un sorbo ardiente que detuvo por un momento la fiesta que tenía su muela sobre su cara.


En el bus, todo estaba de nuevo oscuro y el dolor volvió a asomarse. Clara se sentía atrapada con el palpitante estorbo.


“Las flautas suenan toda la noche” dijo el mismo tipo que se sentó a su lado en el paradero, ahora estaba a su lado. "Y las estrellas son grandes como la luna y la luna es grande como un lago”.


Clara se concentró en el paisaje, sin ponerle mucho cuidado a su compañero de asiento. Las luces de la carretera los envolvían mientras su extraño acompañante seguía hablando solo “Nada que hacer en todo el día, sino estar echado junto a los árboles”


Dentro del bus, en el camino, Clara no era nada; mientras pasaba ante los árboles y las casas dormidas, estaba en el autobús pero también estaba en otro mundo, pero entonces atacaba, inclemente, con morteros de dolor sobre su cerebro. Era como si le fueran torturando con puntillas sobre sus encías. Algún ser invisible se las enterraba lenta y sin consideración hasta el tuétano de los huesos.


"Me llamo Ramón " se presentó el extraño desconocido. Ella estaba tan dormida que se asustó, incómoda, sin advertirlo y apoyó la frente en la ventana, detrás reinaba la oscuridad. El frío le calmaba el dolor. Cuando intentó acomodar mejor la mandíbula sobre la ventana, se dio cuenta que el cristal estaba puerco, grasiento y sucio de quién sabe cuántas personas que se habían recostado contra él.


Entonces el bus volvió a parar. Debieron haber pasado horas, este era el segundo descanso para estirar los pies y comer algo en un paradero de carretera. Su acompañante extraño se bajó del bus. Ella lo siguió y llegó a otro restaurante, muy similar pero con otro mantel. Ella pidió otro tanto y vió que Ramón se había sentado junto a ella.


“Vé y te lavas la cara,” dijo. “Después ven aquí”. El muy descarado sin conocerla ya le daba órdenes. De no haber sido por su dolor de muela, le habría lanzado el tinto ardiente en la cara. Ella tenía igualmente ganas de lavarse la cara y se fue al baño.


En el baño, una niña estaba mirándose en el espejo. Se tocaba la cara y la miraba a ella, señalándole el bulto de su muela. Clara se lavó la cara y tomó un poco de agua con la que ahogó su malévolo diente.


“Él no quiere nada bueno contigo” le dijo la niña, refiriéndose a su acompañante. “Te tomaba fotos mientras dormías”. Clara volteó a mirarla, a preguntarle más cosas sobre su molesta compañía de bus, pero la niña ya no estaba. Como un fantasma que le advertía del peligro y entonces la muela atacó de nuevo. Con fiebre, sudando, Clara tomó otro poco de agua, se lavó nuevamente el rostro y salió del baño.


Afuera, Ramón hablaba solo

"Y mientras dejábamos atrás la isla, escuchamos una voz que nos llamaba...

El bus hizo ruidos para arrancar y Clara corrió a subirse. Se dio cuenta que había dejado el frasquito de pastas en la mesa; ahora estaba a merced de su terrible molar. A su lado se volvió a sentar Ramón, diciendo "La arena es tan blanca que parece nieve, pero no es; incluso de noche está caliente bajo tus pies.


Clara se durmió y despertó en la ciudad. Ramón estaba junto a ella, dormido también. Todos se bajaron del bus y Clara lo hizo sin despertar a Ramón. Se bajó del bus, dio las gracias al conductor y tomó un taxi, perdiéndose hasta el consultorio de su odontólogo de confianza.



En una cafetería, alguien la sacudió, la despertó y le preguntó:

"¿Está esperando algún servicio señora? Son las siete”.

Clara se sentó, vio su bolso; miró sus pies y al reloj de la pared.

"Gracias ". Se puso de pie y caminó por la calle. Alguien la tomó del brazo, fuertemente. Ramón murmuraba, sonriente:

"La hierba es muy suave y muy verde y el agua del río es muy fría.

Clara corrió para soltarse, Ramón venía detrás de ella diciéndole muy en serio:


"El cielo es más azul que nunca, más que todo lo que hayas visto y las canciones...

Clara se perdió. Llegó a una esquina y se metió en una droguería. Una vez no hubo señas de Ramón, fue corriendo a donde su odontólogo.

En el edificio del consultorio, el señor de limpieza estaba recién afeitado y bañado y sostenía la puerta, bien enérgico. Clara cruzó la puerta triunfantemente; había cruzado el umbral, ésta era su meta después de una larga y dolorosa carrera desde casa.


La enfermera, toda de blanco, estaba sentada en recepción; cuando vió la cara hinchada y los ojos de cansancio de Clara murmuró:

"La compadezco señora, se ve muy cansada”.

"Me duele una muela”.

“No me diga” La señora le dijo en chiste y la hizo seguir con el doctor.


"Voy a buscar la historia clínica doc. La hice pasar de primeras porque mire cómo tiene la cara” Le dijo la señora al odontólogo, que miró a Clara con compasión. El consultorio tenía cuadros viejos y una música vieja sonando a todo volumen.


“Empecemos con una radiografía señorita, no es muy cara y necesito ver qué tiene antes de meter las manos”.


Le pasaron a la sala de Rayos X y mientras le ubicaban un extraño aparato en la cara, Clara se sintió desnuda. Como si una cámara pudiera tomar fotos dentro de ella, retratar hasta sus pensamientos. La muela le hizo berrinche, moviéndose dentro de sus encías mientras la observaban con radiación ionizante. Le hicieron esperar un rato en sala y después apareció el doctor, ocupado entre muchos pacientes que atendía y con la bata coloreada de pequeñas chispas de sangre.


"Señorita, tendremos que sacarle esa muela "dijo el odontólogo cordialmente. “pero está muy mal ubicada y necesitaría agendar una cirugía y se le demoraría varios días y esto es de urgencia. Yo tengo un amigo muy bueno que podría atenderla ya, pero queda al otro lado de la ciudad. Usted decide señorita”.

“La solución más rápida doctor porque me muero de dolor” dijo Clara, apenas gesticulando las palabras, mordiendo con cuidado para no despertar los alaridos de dolor que producía el choque entre dientes de ese lado de la cara. La muela parecía tener vida propia, decía a Clara que quería salirse de su boca, que quería ser libre y recorrer el mundo como debía ser.


El odontólogo le hizo un dibujo de una dentadura completa en la historia clínica, marcó la muela del mal con negro y puso las palabras mágicas del diagnóstico en lenguaje médico, acompañadas de una clara traducción “Molar inferior; extracción, cirugía recomendada”. Le hizo firmar unos garabatos que no se podían leer y le dió una fotocopia:

"Con este papel, vaya a la dirección indicada. Es un cirujano muy recomendado cirujano y la está esperando”.

"¿Qué me van a hacer doctor? "preguntó ella.

"Sacarle esa muela sin misericordia, señorita" contestó el odontólogo intentando hacer un chiste “debieron sacársela hace mucho tiempo”.

"Gracias, doctor. Ya mismo voy. Chao.

"Chao linda" respondió el doctor y, en el último momento, le dirigió una sonrisa picarona a la mujer.

"¿Se encuentra bien? ¿Le duele mucho? " preguntó afuera la muchacha auxiliar.

"Sí, me encuentro bien.

"Puedo darle unas pastas de codeína, son muy buenas y le calman el dolor, pero la dejan bien chistosa.”

“No, gracias"respondió Clara, se acordó el frasquito olvidado en la mesa de algún restaurante en carretera.

"Bueno... "dijo la enfermera, “buena suerte, hoy le arreglan eso”.

Bajó las escaleras y salió a la calle, pasando delante del señor de la limpieza. En el cuarto de hora que había pasado en la consulta, el hombre ya había perdido un poco de prestancia matutina, ya estaba fumándose un cigarrillo y tomando un tinto.


"¿Taxi? "preguntó y Clara, entendiendo las protestas revolucionarias de su muela, asintió.

El señor intentó parar un taxi, pero se lo quitaron más adelante. Otro pasó en un momento y se detuvo.

Leyó la dirección de la tarjeta que le había dado el odontólogo y la repitió cuidadosamente al taxista. Estaba tan concentrada en leer bien la dirección que también dijo “molar inferior para extracción inmediata” y el taxista le hizo un chiste que Clara no escuchó, permaneció sentada, sin moverse, sin soltar los papeles y con los ojos casi cerrados. La muela bombardeaba la alcaldía de su cabeza con cilindros bomba cuando el taxi se detuvo de pronto y el conductor, abriendo la puerta le dijo:

"Ya llegamos señorita”.

"Voy a que me saquen una muela "explicó ella.

"¿de verdad? Yo pensaba que así era su cara señorita" Ambos se rieron del chiste flojo y ella le pagó y el hombre le deseó buena suerte, que dios la bendiga, antes de cerrar la puerta y arrancar.




Cuando David Hockney intentó hacer este cuadro, tenía en mente retratar la memoria de sus padres de una manera honesta y sencilla. Esta mezcla de bellos colores nos acerca al color de los recuerdos más cariñosos que tenemos.


Estaba ante un edificio extraño, con unos símbolos médicos tallados en piedra en la entrada, en otro tiempo serían glifos mágicos de salud; allí, el celador tenía un leve aire profesional, con sus botas impecables, porte militar y cara de puño. Clara pasó junto a él y siguió sin saludarle, con miedo llegó hasta un ascensor que abrió sus puertas para ella. Presionó el número 7 y una voz computarizada dijo:


"Séptimo piso”.

"Derecho, al fondo del pasillo y a la izquierda "le indicó una señora que limpiaba el piso cuando le vio la cara a Clara.

En un largo pasillo blanco porcelanado, Clara escuchaba sus propios pasos, arrastrando sus pies por el dolor intenso que no le dejaba pensar. Palpitaciones controlaban lo que ella escuchaba. En un momento podía escuchar a su propio molar diciéndole groserías y cosas feas, maldiciones en idiomas olvidados por toda civilización humana.


Mientras pasaba por una ventanilla, le dijo una voz misteriosa del techo “Buenos días señorita, bienvenida a las clínicas Molar, por favor indíque su tiquete de referencia o espere en sala” Clara no sabía de dónde vino la voz hasta que vió la discreta abertura en la pared en donde estaba, como en confesionario, una señorita sentada con voz de computadora. Deslizó el papel que le dió el odontólogo por la ventanilla y la niña lo inspeccionó, antes de decir:

"Molar inferior, sí. Llamaron diciendo que venía. ¿Quiere pasar, por favor? La puerta de la izquierda.

Entró en una puerta que se abrió de la nada, como conducida por una nave extraterrestre y abducida para extraerle algún órgano por seres grises de ojos grandes y comunicación telepática, Clara siguió a la señorita ordenadamente por los pasillos que reflejaban la luz en ángulos perfectos.

Entraron en una unidad futurista, con una lámpara gigante en la mitad del techo y un set gigante de horribles y amenazantes herramientas odontológicas.

"Espere aquí "murmuró la enfermera". Y relájese, si puede” esto último en tono amenazante.

Aguardó más de una hora, medio dormida, temiendo lo peor en este lugar. Ella observaba las puntas afiladas de todos los utensilios y se preguntaba para qué serían. Se fijó en una que tenía puntas suficientes como para abrir las tripas de cualquier animal. Un hombre sin rostro apareció vestido blanco de la cabeza hasta los pies. Solo se veían sus ojos, cubiertos por unas gafas que evitaban ver sus pupilas. Este extraño ser de otro mundo le dijo.


“Extracción de molar inferior, firme consentimiento informado, pague en ventanilla al salir. Buena suerte” dijo el robot odontólogo que le atendía.

"¿Me va a doler? "preguntó Clara.

"No más de lo necesario "respondió sonriendo el cruel ser con cartón profesional de la salud.

La señorita la acomodó bruscamente en la unidad, le puso un delantal en el pecho y le aseguró las manos con correas de cuero extra fuertes. Clara se empezó a desesperar y a pensar que tal vez podría dejarle el control de su vida a su muela, que no estaba tan mal. Entonces le acomodaron la cabeza y le prendieron una segunda lámpara que le encandelilló los ojos.

“Señorita, abra la boca” le dijo fríamente el doctor.

Ella no quiso.

La enfermera le sujetó la frente, presionó en un lugar de su cuello que le abrió la mandíbula y le insertó un aparato en la boca que no le dejaba cerrarla. Clara gritó de desesperación y sintió una punzada aguda en su muela terrorista.


Le dolió y dolió mucho. La presión, el sonido de las pinzas rompiendo hueso, la sonrisa oculta tras el tecnológico tapabocas del doctor, las lágrimas que sentía que se desbordaban de sus cachetes malformados por el aparato que le mantenía la boca abierta y la fría y atenuante luz le hicieron pensar que iba a morir. Pensaba que San Pedro, en un palacio de nubes y con la puerta dorada del cielo le decía: “Señorita, la operación salió muy bien, cancele en caja y que tenga un buen día”.

Clara se sintió sola con una toalla. Estaba completamente sola en la unidad extraterrestre. No había sangre en ninguna parte, salvo en su boca.


En la puerta, había una estación de pago automático. Ella pagó su servicio como pagando el parqueadero en un centro comercial. La máquina fue más humana, le dio las gracias, el buenos días y le deseó buena suerte.

Con recibo en mano, Clara salió por la puerta de cristal, siguió las indicaciones al baño y entró en un cubículo blanco y limpio, con olor a orines. Se quitó las medias y las botó a la basura. Se sentía más tranquila sin ellas. Salió a la calle y le dijo buenos días al celador militar y salió caminando del edificio.

En la puerta, Clara se sintió libre, podía escuchar los carros, podía ver el sol y no tenía que preocuparse por nada más en la vida, hasta que, al otro lado de la calle, Ramón, caminando a paso firme, la agarró del brazo y la subió a un taxi.