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La Mosca – George Langelaan

La Mosca – George Langelaan


¿Qué nos separa de otros seres vivos que no son humanos? La era atómica no solo despertó miedos sobre el fin de la civilización, sino los confines del descubrimiento de los secretos de las micropartículas más misteriosas de la naturaleza. La Mosca, es un relato cuántico, este se pregunta sobre cómo se configuran nuestros cuerpos y cómo podría salirse de control jugar con estos oscuros conocimientos.


Jason Edmiston hace esta excelente ilustración de la versión de La Mosca, de David Cronenberg de 1986.



SIEMPRE ME HAN REPUDIADO LOS TIMBRES. Durante el día cuando trabajo en mi oficina, contesto al teléfono con malestar y por la noche, el timbre del teléfono desencadena en mí un verdadero pánico animal. Con todo, no recupero mi estado normal hasta que reconozco la voz que se dirige a mí.

En aquella ocasión, pregunté con mucha calma a mi cuñada cómo y por qué había matado a mi hermano, cuando me despertó a las dos de la mañana para anunciarme el atroz asesinato y para pedirme, por favor, que avisara a la policía.

—No puedo explicártelo por teléfono, Arthur. Llama a la estación y ven después.

—¿Dices que Bob está en la fábrica?

—Sí, debajo del martillo hidráulico.

—¿Del martillo hidráulico?

—Sí, pero no preguntes tanto. Tengo miedo, Arthur.

¿Han intentado alguna vez explicar a un soñoliento patrullero de policía que acaban de recibir una llamada telefónica de su cuñada para anunciarles el asesinato de su hermano a golpes de martillo hidráulico?

El inspector se hizo cargo de la dirección de las operaciones. Él, por lo menos, pareció comprenderlo todo y me rogó que le esperara para que fuéramos juntos a casa de mi hermano.

—¿Qué hacía su hermano en la fábrica a estas horas señor? -- Me preguntó el inspector.

— Mi hermano realiza investigaciones por cuenta propia. Ha patentado varias de sus invenciones. Él tiene su laboratorio junto a la fábrica. A veces él pasa por café o por un descanso.

—¿Y su hermano qué ha patentado?

—Casi nunca habla de sus trabajos, son secretos. Algo relativo a la desintegración y reintegración de la materia.

El carro del inspector llegó a la fábrica, en donde una patrulla le esperaba. Un policía vino a nuestro encuentro y nos condujo hasta un taller brillantemente iluminado. Alrededor del martillo hidráulico montaban guardia varios agentes. Tuve que hacer un violento esfuerzo para apartar los ojos de mi hermano, que yacía boca abajo, con el cuerpo ligeramente atravesado sobre los rieles que servían para la conducción de piezas hasta el martillo. Como si su cabeza y su brazo estuvieran hundidos en la masa metálica del instrumento. Casi resultaba increíble que hubieran sido aplastados por él.

-- ¿Podría subir el martillo señor? -- preguntó el inspector.

Con los ojos clavados en la espalda de mi hermano, apreté a fondo el voluminoso botón negro que ponía en marcha el mecanismo de subida del martillo.

Al prolongado silbido, que siempre me hacía pensar en un gigante jadeando después de un esfuerzo, siguió la ascensión ligera y elástica de la masa de acero. Pude oír la succión del desprendimiento y reprimí un movimiento de pánico al ver cómo el cuerpo de mi hermano se movía hacia delante, mientras un borbotón de sangre inundaba el amasijo oscuro descubierto por la ascensión del martillo.

—¿Hay algún peligro de que vuelva a caer?

—Ninguno —dije echando el cerrojo de seguridad.

Y, volviéndome de espaldas, vomité todo mi estómago a los pies de un joven policía que acababa de hacer lo mismo.

Durante varias semanas y después, en sus ratos perdidos, durante varios meses, el inspector Twinker se entregó en cuerpo y alma al esclarecimiento de la muerte de mi hermano.

Anne, a pesar de su increíble tranquilidad, fue declarada loca y no hubo proceso. Mi cuñada se confesó única culpable del asesinato de su marido y demostró que conocía perfectamente el funcionamiento del martillo hidráulico. Se negó a explicar la causa de este asesinato y la razón de que mi hermano viniera a colocarse, por su propia voluntad, bajo el martillo.

El vigilante nocturno oyó funcionar el aparato; lo oyó, para ser exacto, dos veces.

El inspector empezó dudando de que la víctima fuera realmente mi hermano pero varias cicatrices, una herida de guerra en el muslo y las huellas digitales de su mano izquierda, terminaron por disipar todas sus dudas. Finalmente, la autopsia reveló que no había ingerido ninguna droga antes de su muerte.

Los técnicos del laboratorio de la policía, por su parte, declararon que Bob había tenido la cabeza envuelta en algo hasta el momento de su muerte.

Anne fue trasladada al instituto donde se encierra a todos los locos criminales. Las autoridades me confiaron a su hijo Harry, que contaba seis años de edad, y se decidió que su educación y mantenimiento corrieran a mi cargo. Yo podía visitar a Anne todos los días.

En dos o tres ocasiones, el inspector Twinker me acompañó y pude comprobar que se había visto con ella otras veces. Pero jamás consiguió sacarle una palabra del cuerpo.

Mi cuñada se había convertido, aparentemente, en un ser al que todo le era indiferente. Empleaba parte de su tiempo en la costura, pero su entretenimiento favorito parecía ser la caza de moscas, que examinaba cuidadosamente antes de dejarlas en libertad. Sólo tuvo una crisis el día en que vio cómo una enfermera mataba uno de estos animales. Para tranquilizarla, hubo que recurrir a la morfina.

En varias ocasiones le llevamos a su hijo. Anne le trató con amabilidad, pero sin demostrar el menor afecto hacia él. Le interesaba como podía interesarle a cualquier niño desconocido.


*****

—Dime, tío Arthur, ¿viven mucho tiempo las moscas?

Estábamos desayunando y mi sobrino, con sus palabras, acababa de romper un prolongado silencio. Lo miré por encima del periódico.

—No lo sé, Harry. ¿Por qué me haces esa pregunta?

—Porque he vuelto a ver la mosca que mamá busca.

—¿Mamá busca una mosca?

—Sí. Ha crecido mucho, pero a pesar de todo la he reconocido.

—¿Dónde has vuelto a verla y qué tiene de particular?

—Sobre tu oficina. Su cabeza es blanca en lugar de negra y su pata muy chistosa.

—¿Cuándo viste esa mosca por primera vez, Harry?

—El día que se fue papá.

**

—No puedo aclararle esa cuestión —decía lisa y llanamente, sin perder nunca la calma. Ni siquiera la acumulación de preguntas de este tipo parecía molestarle —Sus técnicos encontrarán aquí mis huellas digitales —añadió con sencillez.

Anne estaba demostrándole a los agentes de policía cómo había cometido su crimen. Una vez estuvimos solos, ella me comentó:

—Arthur, quería preguntarte una cosa… ¿Sabes si las moscas viven mucho tiempo?

Mi cuñada permaneció inmóvil un momento, con los ojos clavados en las palmas de sus blancas y afiladas manos. Después, sin alzar la mirada, dijo:

—Si te lo digo todo, ¿me prometes que buscarás y matarás esa mosca antes de tomar ninguna otra decisión?

-- ¿Cuál mosca?

-- La que he buscado incesantemente, tiene la cabeza blanca.

-- Entonces te contaré todo.

Me quedé en el locutorio mientras ella subía a su habitación. Al volver, traía un abultado sobre amarillo, que me tendió diciendo:

—Procura leerlo a solas y sin que nadie te moleste.

—De acuerdo, Anne. Lo haré en cuanto llegue y mañana vendré a verte.


Cuando empecé a leer los documentos al interior del sobre, me dí cuenta que era una larga carta, una declaración, decía lo siguiente:

A quien corresponda

Esto no es una confesión, porque nunca he intentado ocultar la responsabilidad que me incumbe en el trágico fin de mi marido y también porque, a pesar de declararme única autora de su muerte, no soy una criminal al actuar como lo hice, me limitaba a ejecutar fielmente sus últimas voluntades, aplastándole la cabeza y el antebrazo derecho con el martillo hidráulico de la fábrica de su hermano.

Con anterioridad a su desaparición, mi marido me había puesto al corriente de sus experimentos. Aunque hasta el momento la ciencia sólo ha conseguido transmitir a través del espacio el sonido y la imagen, gracias a la radio y la televisión, Bob aseguraba haber encontrado el medio de transmitir la propia materia. La materia - es decir, un cuerpo sólido - colocada en un aparato emisor, se desintegraba y reintegraba instantáneamente en un aparato receptor.

»Bob consideraba que su descubrimiento podía ser de tanta trascendencia como el de la rueda. Creía que la transmisión de la materia por desintegración-reintegración instantánea, significaba una revolución sin precedentes, de radical importancia para la evolución del hombre. La difusión de su invento equivaldría al fin de los transportes mecanizados, no sólo para los productos y mercancías perecederas, sino también para los seres humanos. Bob, hombre eminentemente práctico, que jamás se dejaba llevar por la fantasía, imaginaba un mundo desprovisto de aviones, trenes, carros, carreteras y vías férreas. Todo esto sería reemplazado por estaciones emisoras-receptoras, repartidas por toda la superficie de la Tierra. Bastaría con situar a los viajeros y a las mercancías en el interior de una cabina emisora, para que fueran desintegrados y casi instantáneamente reintegrados en la cabina receptora del punto de destino.

Mi marido tropezó con algunas dificultades al principio. Su aparato receptor sólo estaba separado de su aparato emisor por una pared. Como sujeto de su primera experiencia, eligió un viejo cenicero, recuerdo de un viaje.

Cuando me trajo triunfalmente el cenicero, aún no estaba al corriente de sus investigaciones y tardé un poco en comprender el significado de sus palabras.

—¡Mira! Este cenicero ha permanecido totalmente desintegrado durante una diezmillonésima de segundo. Por un momento, ha dejado de existir. Era sólo un conjunto de átomos viajando a la velocidad de la luz entre dos aparatos. Y un instante después, los átomos se han unido de nuevo para volver a formar este cenicero.

—Los espacios entre átomos son relativamente inmensos. Es decir, inmensos con relación al tamaño de los átomos. Tú pesas cincuenta kilos y mides cinco pies y tres pulgadas… Si todos los átomos que componen tu cuerpo fueran comprimidos unos contra otros, sin que quedara el menor espacio entre ellos, tú seguirías pesando lo mismo, pero no abultarías más que una cabeza de alfiler. Si los átomos de este cenicero, que apenas pesa dos onzas, fueran comprimidos, el conjunto resultante sólo sería visible al microscopio. En segundo lugar, todo esto era una simple imagen. Lo que intento explicarte pertenece a otro orden de fenómenos. Este cenicero, una vez desintegrado, puede atravesar cualquier cuerpo opaco y sólido, a tí misma, sin la menor dificultad, porque entonces sus átomos separados no encuentran obstáculo alguno en la masa de tus átomos, que también están separados. El receptor recompone los átomos a su estado habitual y la teletransportación, así, ha dejado de ser un sueño solo posible de realizar con ayuda del demonio y otras supercherías medievales. Mira, ahora vamos a hacerlo con algo especial que he preparado para tí.

»Cerró con cuidado, me tendió unas gafas de sol y me hizo situarme ante la puerta de cristales de la cabina.

»Tras ponerse él mismo las gafas negras, manipuló varios botones en el exterior de la cabina, y de ésta se elevó el dulce ronroneo de un motor eléctrico.

»—¿Lista? —preguntó apagando la luz y haciendo girar otro conmutador,

que llenó el aparato de un resplandor azulado. Bajó una palanca y todo el laboratorio se iluminó violentamente con un cegador destello anaranjado. Vislumbré, en el interior de la cabina, una especie de bola de fuego, que crepitó un instante, y sentí un repentino calor en la cara y en el cuello.

Después sólo pude ver dos agujeros negros bordeados de verde, como cuando se mira durante cierto tiempo al sol.

»—Puedes quitarte las gafas, Anne. La operación ha terminado.

»Después me hizo pasar ceremoniosamente a la habitación contigua, donde se encontraba una cabina idéntica a la que servía de aparato emisor. Abrió la puerta y sacó triunfalmente la bandeja y el champagne que descorchó al instante. El tapón saltó alegremente y el líquido burbujeó en las copas.

»—¿Estás seguro de que se puede beber sin peligro?

»—Absolutamente —dijo Bob pasándome una copa

»A veces, aunque no siempre, me hablaba de la marcha de su trabajo. Desde luego, en ningún momento se me pasó por la cabeza la idea de que fuera a intentar una primera experiencia humana con su propia persona y sólo después de la catástrofe descubrí que un segundo cuadro de mandos había sido instalado en el interior de la cabina emisora.

»La mañana en que intentó su terrible experiencia, Bob no vino a comer. Encontré una nota clavada en la puerta de su laboratorio:

NO MOLESTAR, ESTOY TRABAJANDO.

»Y fue precisamente algo más tarde, a la hora de la comida, cuando Harry vino corriendo a decirme que había cazado una mosca con la cabeza blanca. Yo, sin querer verla, le dije que la soltara inmediatamente.

»Sobre la tarde, Bob continuaba encerrado en su laboratorio y el mensaje clavado en la puerta. A la hora de la comida, las cosas seguían igual y por fin, vagamente inquieta, intenté escuchar si seguía allí.

»Le oí moverse por la habitación y un momento después apareció un segundo mensaje por debajo de la puerta. Lo desplegué y leí:

Anne: he tenido algunas complicaciones. Acuesta al niño y vuelve dentro de una hora. B.

»Golpeé y llamé varias veces a Bob, sin recibir respuesta. Al cabo de un instante le oí teclear en la máquina de escribir y, tranquilizada por ese ruido familiar, regresé a la casa.

»Después de acostar a Harry, volví al laboratorio y encontré una nueva hoja de papel, que Bob había deslizado, como la anterior, por debajo de la puerta. Esta vez, leí con espanto:

»Anne:

»Cuento con tu firmeza de espíritu para que no pierdas la cabeza, porque sólo tú puedes ayudarme. Me ha sucedido un grave accidente. Mi vida no corre peligro por el momento, pero se trata, a pesar de ello, de una cuestión de vida o muerte. Me es imposible hablar: nada se consigue, por lo tanto, llamándome o haciéndome preguntas a través de la puerta. Tienes que obedecer mis instrucciones al pie de la letra. Después de dar tres golpes, para indicarme que estás de acuerdo, vete a buscar una taza de leche y agrégale una copa de ron. No he comido ni bebido nada desde anoche y tengo necesidad de hacerlo. Confío en ti.

B.

»Con el corazón acelerado, di los tres golpes convenidos y me precipité hacia la casa para satisfacer su petición.

»De regreso al laboratorio encontré un nuevo mensaje en el suelo:

»Anne, sigue fielmente mis instrucciones:

»Cuando llames, abriré la puerta. Pon la taza de leche sobre mi mesa de trabajo, sin hacer ninguna pregunta, y pasa después a la habitación donde se encuentra la cabina receptora. Una vez allí, mira bien por todas partes. Es absolutamente necesario que encuentres una mosca. Aunque no puede andar muy lejos.

»Pero antes de nada, júrame que me obedecerás en todo y que bajo ninguna excusa intentarás verme. Me es imposible discutir. Tres golpes en la puerta me dirán que estás de acuerdo. Mi vida depende de tu ayuda.

»Di tres golpes espaciados.

»Bob abrió la puerta.

»Al entrar, comprendí que se había quedado detrás de la puerta. Resistiendo el deseo de volverme, dije:

»—Puedes contar conmigo.

»Después de poner la taza en la mesa, bajo la única luz encendida, me dirigí hacia la otra habitación, que estaba, por el contrario, brillantemente iluminada. En ella reinaba el más absoluto desorden: había una gran cantidad de fichas y probetas rotas por el suelo, entre taburetes y sillas patas arriba. De una especie de enorme balde se desprendía un olor acre, originado por la combustión de unos papeles que acababan de consumirse.

»Bob, en la habitación de al lado, se acercaba a la mesa. Podía ver la sombra de su cabeza tomando el vaso de alcohol y emitiendo un sonido de succión babosa, como si le costara trabajo beber.

»—Bob, si no puedes hablarme, responde dos golpes para decir sí y uno para decir no.

»Bob dió dos golpes a la mesa.

»—¿Puedo entrar?

»Hubo un momento de silencio y, por fin, un solo golpe.

»Al llegar a la puerta me quedé paralizada de estupor. Bob se había amarrado a la cabeza el mantel de la mesa.

»—Bob, si algo sucedió, no importa, sólo déjame llevarte a dormir. Debes estar cansado y me preocupo por tí. ¿Necesitas un médico?

» Un golpe.

»—Bob, sé que puedes hablarme, dime algo, deja ya este juego por favor. Me estoy asustando.

»Bob emitió un extraño suspiro, ronco y metálico. Y en aquel momento tuve que morderme la mano hasta que brotó sangre para no gritar. Mi marido había dejado caer su brazo derecho a lo largo del cuerpo y tenía, en vez de mano y muñeca, una especie de bulto gris con ganchos, que le asomaban por debajo de la manga.

»—Bob, qué te pasó…dije tratando de ahogar los sollozos.

»Sacó la mano izquierda y, tras golpear una vez en la mesa, me indicó la puerta.

»Salí por ella, la cerré y me desplomé en el suelo. Bob echó el cerrojo, anduvo un poco por la habitación y finalmente se puso a escribir a máquina. Al poco tiempo, una nueva hoja apareció bajo la puerta:

»Vuelve mañana. Para entonces te tendré preparada una explicación.. Voy a necesitar todas tus fuerzas.

B.»

—¿Quieres algo de comer? - grité a través de la puerta en cuanto conseguí dominar el temblor de mi voz.

»Dio dos golpes rápidos y nuevamente se oyó el tecleo de la máquina».


»Al otro día, Bob me abrió el pesado portón del laboratorio, aún llevaba el paño sobre la cabeza. Me entregó una carta que decía:

»Me he desintegrado y reintegrado yo mismo, una vez, con éxito. Pero, al intentar una segunda experiencia, no me he dado cuenta de que había una mosca en la cabina de transmisión. Mis átomos se han recompuesto con los del insecto, mi cabeza es parte mosca parte humana, puedo ver con sus ojos pero asumo que el animal ve tras los míos. Puedo oler las inmundicias sobre las que adora descansar, puedo saborear la basura que come y puedo sentir los huevos que pone en lugares húmedos y sucios. Mi vida se ha convertido en un tormento de concepciones parte humanas, parte moscarrón. Mi única esperanza se cifra en encontrar esa mosca y en volver a "pasar" con ella. Búscala por todas partes. .

»— Las moscas no viven mucho ¿será que sigue viva? ¿Y si ha muerto?

»Bob golpeó con violencia la mesa, y emitió el suspiro ronco y metálico de la noche anterior.

»Jamás olvidaré aquella espantosa jornada dedicada íntegramente a la caza de moscas. Puse la casa patas arriba, puse miel y leche en todas las superficies. Veía moscas grandes, peludas, pequeñas insignificantes, moscas coloridas, moscas babosas, moscas peladas y arrugadas. Algunas estaban llenas de barro, otras olían extraño pero todas, todas estaban ensuciando las paredes y el techo. Pero no encontré ninguna fuera de lo normal, ninguna como decía el niño, con cabeza completamente blanca, ni con facciones humanas.

»Volví al laboratorio, me abrió Bob, que sin quitarse el mantel de la cabeza empezó a teclear. después me pasó una hoja.

»Anne:

»No lo soporto más. Esto no es vida. Llévame a la fábrica de mi hermano y baja el martillo hidráulico sobre las deformes extremidades dañadas por el experimento.

»—No lo haré, no acabaré con tu vida.

»Mi marido aporreó entonces la puerta con una docena de furiosos golpes, y yo comprendí que por ese camino no iba a ninguna parte.

»Entonces le hablé de mí, de su hijo, de su familia. No me contestó. Cada vez me sentía más desconcertada. Por fin me aventuré a lanzar un tímido:

—Bob…, ¿me escuchas?

»Esta vez se oyó un solo golpe, mucho más suave.

»Le oí mover varias cosas y cerrar la puerta de la cabina de transmisión. Bob había dejado una nota más: iba a intentar recomponerse ingresando a las máquinas con cualquier mosca. Una luz inundó el laboratorio y una espesa niebla cubrió la máquina receptora.

»Me di la vuelta y miré.


»Grité de miedo y cuanto más gritaba, más miedo tenía. Me metí los dedos en la boca, como si fueran una mordaza, para ahogar los gritos y, tras sacarlos empapados en sangre, grité aún con más fuerza. Sabía, me daba cuenta de que sólo apartando la mirada de él y cerrando los ojos podría dominarme.

»Sin prisa, el monstruo en que se había convertido Bob volvió a taparse la cabeza, el mantel se había empapado con lo que sea que ahora cubría su cuerpo y se dirigió a tientas hacia la puerta. Por fin pude cerrar los ojos.

»Yo, antes de aquello, creía en la posibilidad de una vida mejor y nunca había sentido miedo de la muerte. Ahora sólo me queda una esperanza: la nada total de los materialistas, porque ni siquiera en otro mundo podría olvidar. No, jamás olvidaré aquel cráneo aplastado, aquella cabeza de pesadilla, blanca, vellosa, con puntiagudas orejas de gato y ojos protegidos por grandes placas oscuras. La nariz rosada y palpitante, era también la de un gato, pero la boca había sido sustituida por una especie de hendidura vertical cubierta de largos pelos rojos y prolongada por una trompa negra y viscosa, que se abocinaba en el extremo. Gotas traslúcidas caían como mocos de gripa sobre aquel desagradable pico.

»Debí desmayarme, porque me desperté, algún tiempo más tarde, tendida sobre las frías baldosas del laboratorio y con los ojos clavados en la puerta, tras la cual se oía, una vez más, el tecleo de la máquina de escribir de Bob.

»Estaba atontada, como esas personas que —tras un accidente grave— no se dan cuenta de lo sucedido. Me acordé de un hombre, perfectamente lúcido, al que había visto cierta vez en una estación, sentado al borde del andén, mirando con una especie de indiferente estupor su pierna, aún sobre la vía por donde acababa de pasar el ferrocarril.

»La garganta me dolía atrozmente y temí haber arruinado mis cuerdas vocales a fuerza de gritar.

»Al otro lado de la pared cesó el ruido de la máquina y una nueva hoja apareció. Estremecida, la cogí con la punta de los dedos y leí:

»Ahora ya lo comprendes. Intenté recomponerme con la mosca, inesperadamente apareció en una esquina del laboratorio; pero el gato, ese asqueroso gato, se había escondido a dormir en la máquina. Ahora soy un vómito de la creación. Acaba con mi vida, acaba con esta inúntil y dolorosa experiencia. Anne, a duras penas puedo respirar, me duelen todas las partes de lo que solía ser mi cuerpo.

»Supongo que hasta tú misma te das cuenta de que sólo existe una solución. Debo morir, destruir mi cuerpo, sin dejar rastro. Me aborrece experimentar cada segundo de conciencia en este desastre de carne.

»Me acerqué a la puerta e intenté hablar, pero ningún sonido salió de mi garganta abrasada.

»Helada, temblorosa, con la cabeza a punto de estallar, como un autómata, le seguí de lejos hasta la fábrica. Llevaba en la mano un papel con todas las instrucciones relativas al funcionamiento del martillo hidráulico.

»La cosa fue más fácil de lo que parece, porque no tenía la sensación de estar matando a mi marido, sino a un monstruo. El verdadero Bob había dejado de existir muchas horas antes. Yo me limitaba simplemente a ejecutar sus últimas voluntades.

»Con los ojos clavados en su cuerpo, tendido en el suelo e inmóvil, pulsé el botón de descenso. La masa metálica bajó silenciosamente, aunque menos deprisa de lo que yo había supuesto. El golpe sordo de su llegada al suelo se confundió con un crujido seco. El cuerpo de mi… del monstruo fue recorrido por un estremecimiento y después ya no volvió a moverse.

»Entonces me acerqué y vi que se había olvidado de meter el brazo derecho, la pata de mosca, bajo el martillo.

»Aguantando el asco y el miedo puse en marcha el mecanismo de ascensión de la máquina.

»Después, diente con diente y llorando de terror, me vi nuevamente obligada a superar el asco y a levantar y empujar hacia delante su brazo derecho, morbosamente ligero.

»Hice caer nuevamente el martillo y eché a correr.

»Ahora lo sabe todo. Haga lo que mejor le parezca».

*****

Al año siguiente, me encontré con el inspector junto a mi casa. Con él ya habíamos comentado los asuntos del crimen de mi cuñada. Él recibió la confesión y, con esta, pudieron darle salida. La pobre había muerto entre la pena moral y la locura por el abandono y la soledad de su marido.

—Le vi, ayer, en el cementerio, enterrar una caja de cerillas.

—¿Sabe lo que había dentro?

—Supongo que una mosca.