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KINO - Haruki Murakami

Los fantasmas no son malignos, viven en momentos que ya pasaron, son la impresión que deja alguien cuando se va. Son las huellas de la existencia. Este relato no es claro, pero no tiene que serlo, los fantasmas tampoco lo son.


El tipo siempre se sentaba en el mismo lugar, la butaca más lejos de la barra. El bar casi nunca se llenaba y ese asiento particular era frío e incómodo. Una escalera en la parte de atrás hacía que te agacharas cuando te fueras a levantar. El tipo era alto, pero, por alguna razón, le encantaba ese espacio cerrado y estrecho.


La primera vez que él entró en su bar, el tipo capturó la mirada de Kino: su pulida calva, su cuerpo delgado pero con grandes hombros, su mirada certera, los huesitos de las mejillas y su frente amplia. Él parecía que estaba en sus treintas y llevaba un largo gabán negro. Eran las siete y media en una tarde fría de mediados de abril y el bar estaba vacío. El tipo eligió sentarse en su lugar, se quitó su abrigo y con una voz calmada pidió una cerveza, entonces se sumió silencioso en la lectura de un libro gordo. Después de media hora, el tipo se terminó su cerveza, levantó un poco su mano para llamar la atención de Kino y ordenó un Whisky.


“¿De cuál?” preguntó Kino pero el tipo no tenía preferencias.

“Dame un whisky cualquiera. Doble. Con agua y un poquito de hielo, por favor.”


Kino sirvió un Sello Rojo en un vaso, agregó la misma cantidad de agua y dos pequeños y perfectos cubos de hielo. El tipo tomó un sorbo, miró el vaso y entrecerró los ojos.


“Está bien.”


Él leyó otra media hora, entonces se levantó y pagó en efectivo. Contó el monto exacto que debía en monedas para no esperar las vueltas. Kino se relajó una vez el tipo salió del bar; pero su presencia permaneció en el lugar. Kino, parado detrás de la barra, miraba todo el tiempo al asiento que recién había sido ocupado, esperando a que el tipo aún estuviera allí, levantando un poquito su mano y ordenando algo.


El tipo se volvió un cliente regular en el bar. Venía una vez, a veces dos a la semana. Él siempre pedía una cerveza y después un whisky. A veces leía el menú y pedía algo de comer.


Una vez Kino se acostumbró al tipo, nunca se sintió incómodo con él, incluso cuando solo estaban los dos y nadie más. Cuando el tipo leía, Kino hacía lo que siempre hacía cuando estaba solo: lavar platos, preparar salsas, elegir algunos discos para reproducir o ver las noticias.


Kino no renunció a tu trabajo porque no le gustara, sino porque descubrió que su esposa tenía un romance con su mejor amigo. Kino pasaba mucho tiempo viajando y eso permitió que sucediera. Si ese día no hubiera llegado temprano de su viaje de negocios, nunca se habría dado cuenta de lo que sucedió.


Cuando regresó a su casa encontró a su esposa y a su amigo, haciendo el amor. Su esposa estaba encima, entonces la pudo ver de frente, ella no se detuvo y le miró fijamente. Él tenía 39 y ella 35. No tenían niños. Kino bajó la mirada, cerró la puerta, se montó en su carro y jamás regresó. Al otro día, renunció a su trabajo.


Kino tenía una tía solterona, la hermana mayor de su mamá. Ella le quería mucho y vivía en una casa de dos pisos: vivía en el segundo piso y tenía una tienda de café en el primer piso. Tenía un jardín pequeño con una ceiba gigante con hojas grandes. La casa estaba en una callecita junto a un museo. No pasaba mucha gente, pero su tía tenía un don para llamar gente y le iba bien. Sin embargo, después de cumplir los sesenta, se lastimó la espalda y se volvió cada vez más difícil estar al frente del negocio. Decidió mudarse a un apartamento junto al mar. Ella le preguntó a Kino si se quería quedar con la tienda.


Cuando dejó su trabajo, llamó a su tía para aceptar la oferta.


"¿Pero qué hay de tu trabajo?" ella preguntó.

"Dejé de fumar hace un par de días."

"¿Tu esposa no tuvo ningún problema con eso?"

"Probablemente nos vamos a divorciar pronto."


Kino no explicó el motivo y su tía no preguntó. Hubo silencio en la línea. Luego su tía le contó sobre el negocio. Él y su tía nunca habían hablado tanto.


Kino usó la mitad de sus ahorros para transformar la cafetería en un bar. Compró muebles sencillos e instaló una barra larga y fuerte. Puso papel tapiz nuevo, trajo su colección de discos de casa y llenó un estante en el bar con ellos. Tenía un tocadiscos Thorens, un amplificador Luxman y pequeños altavoces de dos vías JBL. A Kino siempre le había gustado escuchar música. Era su único pasatiempo, uno que no compartía con nadie más que conociera. En la universidad, había trabajado como mesero en un bar para comprar todos sus discos, sabía hacer buenos cócteles.


Kino le llamó a su bar Kino. No se le ocurrió mejor nombre. La primera semana que estuvo abierto, no tuvo un solo cliente, pero no se molestó. Simplemente esperó pacientemente, como la tierra mojada secándose, a que la gente curiosa se topara con este pequeño bar de la calle dos.


No sabía por qué, pero no sentía enojo hacia su ahora ex esposa o su amigo. La traición había sido un shock, pero, a medida que pasaba el tiempo, comenzó a sentir que eso iba a pasar, era su destino En su vida, después de todo, no había logrado nada, había sido totalmente vago. No podía hacer feliz a nadie más y, por supuesto, no podía hacerse feliz a sí mismo. Kino estaba de acuerdo con su destino.


El tipo de la calva empezó a llegar al bar unos dos meses después de abrir. Y pasaron otros dos meses antes de que Kino supiera su nombre, Kamita.


Ese día llovía suavemente. Solo había tres clientes en el bar, Kamita y dos hombres de traje. Eran las siete y media. Como siempre, Kamita estaba en el puesto más alejado de la barra, bebiendo un Sello Rojo y agua y leyendo. Los dos hombres estaban sentados a una mesa, bebiendo una botella de vino. Habían traído la botella con ellos y le pagaron el descorche a Kino. Él les abrió la botella y dejó dos copas de vino y un cuenco de nueces mixtas. Los dos hombres empezaron a fumar y fumaban mucho, lo que le molestaba a Kino. Kino se sentó en una butaca, y empezó a poner música. Escuchó un LP de Coleman Hawkins con el tema "Joshua Fit the Battle of Jericho".


Al principio, los dos hombres parecían estar bien, disfrutando de su vino. Después, empezaron a discutir, cada vez más tensos. En un momento, uno de ellos se puso de pie, volcando la mesa e hizo que el cenicero lleno y una de las copas de vino se rompieran. Kino corrió con una escoba, barrió el desorden y puso un vaso limpio y un cenicero sobre la mesa.


Kamita estaba claramente molesto. Su expresión no cambió, pero siguió dando golpecitos con los dedos de su mano izquierda sobre el mostrador, como un pianista revisando las teclas.


"Lo siento", dijo Kino cortésmente, "¿Me podrían hacer el favor de no gritar tanto y… y mantener sus problemas fuera del bar?".


Uno de ellos lo miró fríamente a ojos y se levantó de la mesa. Kino no lo había notado hasta ahora, pero el hombre era enorme. Complexión de luchador de sumo. El otro hombre era mucho más pequeño. Delgado y pálido, con una mirada astuta. También se levantó lentamente de su asiento y Kino se encontró cara a cara con ambos. Los trajes que llevaban eran de mal gusto y mal hechos. Kino se armó de valor y respiró hondo. El sudor comenzó a brotar de sus axilas.


“Disculpe,” dijo otra voz.

Kino se volvió para encontrar que Kamita estaba detrás de él.

"No culpen al personal del bar", dijo Kamita, señalando a Kino. "Yo fui quien le pidió que les dijera eso. Me cuesta concentrarme y no puedo leer mi libro ".

La voz de Kamita era más tranquila, lánguida. Algo, invisible, comenzaba a moverse.

"No puedo leer mi libro"

"¿Usted vive por aquí?" preguntó el hombre más grande a Kamita.

"Sí", respondió Kamita. "Vivo cerca".

"Entonces, ¿por qué no se va a su casa a leer? Esto es un bar, es para jartar"

"Me gusta leer aquí", dijo Kamita.

Los dos tipos se miraron.

"Dame el libro entonces", dijo el hombre más pequeño. "Yo te lo leo, pero déjame hacer mi bulla y deja la maricada."

“Me gusta leer solo y en silencio”, dijo Kamita.


La tensión se sentía en los oídos, Kamita tenía una mano en la cadera, preparando un disparo mortal y repentino, como los duelos de Vaqueros. Entonces los dos hombres se marcharon.

Kamita le pidió a Kino la cuenta, salió detrás de ellos y cerró la puerta. Seguía lloviendo, un poco más fuerte que antes. Kino se sentó en una butaca y esperó. El libro de Kamita estaba abierto sobre el mostrador, como un perro bien entrenado esperando a su amo. Unos diez minutos después, la puerta se abrió y Kamita entró, solo.

"¿Tienes una toalla?" preguntó.

Kino le entregó una toalla limpia y Kamita se secó la cabeza. Luego su cuello, cara y, finalmente, ambas manos. "Gracias”, dijo secándose la calva, "Ellos no van a volver".

"¿Qué pasó?"

Kamita simplemente negó con la cabeza, diciendo:

"Mejor que no lo sepas."

Se acercó a su asiento, se bebió el resto de whisky y retomó el libro donde lo había dejado.


Utagawa Kunisada dibuja este fantasma, escapándose del corazón de un hombre. Los Yurei, son memorias que viven dolorosamente en el corazón y atormentan el presente.


Como una semana después del incidente, Kino tuvo sexo con una cliente. Ella era la primera mujer con la que había tenido relaciones sexuales desde que dejó a su esposa. Ella tenía treinta años o un poco más.


La mujer había estado en el bar varias veces antes, siempre con un hombre de más o menos la misma edad que usaba anteojos con montura fina. Tenía el pelo rebelde y nunca llevaba corbata. Se sentaron en la barra, intercambiando una o dos palabras en voz baja mientras bebían vodka. Nunca se quedaron mucho tiempo. Los dos eran inexpresivos, especialmente la mujer, a quien Kino nunca había visto sonreír. A veces le hablaba, siempre de la música que sonaba. A ella le gustaba el jazz y coleccionaba discos. Al tipo que le acompañaba no le gustaba la amabilidad de Kino hacia ella.


Una vez, Kino y la chica tuvieron una conversación larga sobre cómo cuidar discos o comprarlos en tiendas de segunda. Después de eso, el tipo que venía con ella no dejó de mirarle fría y sospechosamente. Nada peor que el orgullo o los celos y Kino tenía un montón de experiencias que lo comprobaban, revelan el lado oscuro de las personas.


Esa noche, la mujer llegó sola al bar. No había clientes y, cuando abrió la puerta, entró el fresco aire nocturno. Ella se sentó en el mostrador, pidió un brandy y le pidió a Kino que pusiera un disco de Billie Holiday. "Algo de lo primerito de él, si pudieras". Kino puso un "Georgia on My Mind". Los dos escucharon en silencio. "¿Podrías poner el lado B también?" preguntó cuando terminó y él hizo lo que ella pidió.


También sonó "Moonglow" de Erroll Garner, "I Can’t Get Started" de Buddy DeFranco. Al principio, Kino pensó que ella estaba esperando al hombre que siempre la acompañaba, pero no miró el reloj ni una sola vez. Se quedó allí sentada, escuchando la música, perdida en sus pensamientos, bebiendo sorbitos de brandy.


"¿Tu amigo no va a venir hoy?" Kino preguntó cuando se acercaba la hora de cerrar.

"Él no va a venir. Está muy lejos ", dijo la mujer y se levantó de su puesto y caminó hacia donde dormía el gato. Acarició suavemente su espalda con las yemas de los dedos. El gato, imperturbable, siguió durmiendo.

"Estamos pensando en no volver a vernos"

Kino no supo cómo responder, así que no dijo nada y continuó limpiando detrás del mostrador.

"No sé cómo decirlo", dijo la mujer. Dejó de acariciar al gato y volvió a la barra, taconeando. “Nuestra relación no es exactamente. . . normal."

"No es exactamente normal". Kino repitió sus palabras sin entender qué significaban.

Terminó la pequeña cantidad de brandy que le quedaba en la copa. "Tengo algo que me gustaría mostrarle, señor Kino".


La mujer se quitó el abrigo y lo colocó en el taburete. Extendió ambas manos detrás de ella y bajó la cremallera de su vestido. Le dio la espalda a Kino. Justo debajo del broche de su brassier blanco había marcas negras, del color del carbón descolorido, como magulladuras. Le recordaron las constelaciones del cielo nocturno. Una hilera oscura de estrellas agotadas.


La mujer no dijo nada, solo le mostró la espalda desnuda a Kino. Como alguien que ni siquiera puede comprender el significado de la pregunta que le han hecho, Kino se limitó a mirar las marcas. Finalmente, cerró la cremallera y se volvió hacia él. Se puso el abrigo y se arregló el pelo.


"Esas son quemaduras de cigarrillos", dijo.

Kino se quedó sin palabras. Pero tenía que decir algo. "¿Quien te hizo eso?" preguntó, su voz seca.

La mujer no respondió y Kino se dio cuenta de que no esperaba una respuesta.

"También los tengo en otros lugares", dijo, su voz sin expresión. “En lugares que son. . . un poco difíciles de mostrar ".


Kino cerró el bar y los dos subieron las escaleras. En el cuarto de Kino, la mujer se quitó el vestido, se quitó la ropa interior y le mostró los lugares que eran un poco difíciles de mostrar. Kino no pudo evitar apartar la mirada al principio, pero luego volvió a mirar. No podía entender, ni quería entender. Era una escena salvaje de un planeta árido, un paisaje postapocalíptico.


La mujer tomó su mano y la guió por las cicatrices, haciéndole tocar cada una. Tenía cicatrices en los senos y entre las piernas. Trazó esas marcas oscuras y duras, como si estuviera usando un lápiz para conectar los puntos. Las marcas parecían formar un dibujo que le recordaba algo, pero no podía pensar qué era.


Tuvieron sexo en el suelo. No hubo palabras, no hubo juegos previos, ni tiempo para apagar la luz o bajar las cobijas. La lengua de la mujer se deslizó por su garganta, sus uñas se clavaron en su espalda. Bajo la luz, como dos animales hambrientos, devoraron la carne que ansiaban. Cuando el amanecer comenzó a asomarse afuera, se subieron a la cama y durmieron, como si los arrastraran hacia la oscuridad.


Kino se despertó poco antes del mediodía y la mujer se había ido. Había sido un sueño muy realista. Tenía la espalda llena de arañazos, sus brazos con marcas de mordiscos. Varios pelos largos y negros se arremolinaron alrededor de su almohada blanca y las sábanas tenían un aroma fuerte que nunca antes había olido.


La mujer vino al bar otras veces después de eso, con el mismo tipo de siempre. Se sentaban en la barra, hablaban bajito mientras tomaban un coctel o dos y se iban. La chica a veces hablaba de música con Kino. Verla le recordaba ese olor extraño en su cama.


Al final de julio, Kino ya se había divorciado oficialmente. Él y su ex esposa se vieron en el bar una tarde, antes de que abriera.


La ex esposa de Kino llevaba un vestido azul, el cabello corto. Ella se veía más feliz de lo que había sido con él.


“Qué bonito lugar tienes: tranquilo, con esa música… muy tú...”


Kino no dijo nada, para cortar el silencio siguió:

“¿Quieres algo de tomar?”

“Vino, si tienes”.

Kino sirvió dos vasos de vino. Bebieron en silencio. No brindaron por el divorcio. El gato se sentó en las piernas de Kino, que le acarició las orejas.

“Quisiera disculparme” dijo su esposa.

“¿Por qué?”

“Por hacerte daño ¿Te hice daño cierto?”

“Me dolió, pero no sabría decirte si mucho o poco.”

“Solo te quería decir que lo siento.”

Kino negó con la cabeza. “Ya te disculpaste, ya te perdoné.”

“Te lo quería contar, solo que no sabía cómo.”

“¿Habrían cambiado las cosas?”

“Supongo...”


Ambos bebieron vino para cortar el espeso silencio.

“No es culpa de nadie” dijo Kino. “Me habría enterado tarde o temprano”

Su ex esposa no dijo nada.

“¿Cuándo empezaron a verse?” preguntó Kino después de varios minutos.

“No creo que debamos hablar de eso”

“Tienes razón” Kino acariciaba al gato, que ronroneaba en sus piernas.

“Tal vez no tenga nada de derecho para decirte esto” dijo su ex esposa “pero creo era mejor para ti, estás mejor sin mí”.

“Tal vez” dijo Kino.

“Por ahí debe haber alguna chica que sea para ti, no debe ser difícil encontrarla. Yo no pude serlo e hice algo horrible. Me siento mal por eso. Pero había algo que fallaba en nosotros desde que empezamos, algo debimos hacer mal. Tienes derecho a tener una vida normal y feliz”.


Algo debimos hacer mal… pensó Kino.


Él miró su nuevo vestido. Estaban sentados frente a frente, no sabía si era un vestido de cremallera o de botones. Su cuerpo ya no era suyo, así que nunca podría volver a saber el color de la ropa interior que llevaba. Cuando trató de imaginarlo, en su cabeza solo vio las quemaduras de cigarrillo en la piel, como una peste de gusanos negros. Movió la cabeza para borrarse la imagen, pero su ex esposa interpretó mal el gesto.

“Lo siento, en verdad lo siento”.



Vino octubre y el gato desapareció. Le tomó varios días darse cuenta que se había ido. El gato sin nombre venía y se iba cuando quería, ya habían pasado diez o doce días y Kino no se preocupaba por él. Era como un amuleto de la suerte para el bar. Después de tres semanas, Kino supo que el gato no iba a volver.


Después de que se fue el gato, Kino empezó a ver serpientes afuera del bar.

La primera que encontró era ligeramente marrón y larga. Estaba en la ceiba, vagando por ahí. Kino, con una bolsa del mercado en la mano, la vio. Se sorprendió un poco pero no le prestó importancia. Pero dos días después, cuando abría la puerta en la mañana con el periódico, encontró otra serpiente en el mismo lugar. Esta era más pequeña. Cuando Kino la miró, cruzaron miradas. La serpiente parecía conocerlo. Entonces ella se escabulló entre la sombra.


Tres días después, encontró una tercera serpiente, bajo el árbol, en la acera del frente. Esta serpiente era mucho más pequeña y negra. Kino no sabía nada de serpientes, pero ésta se veía mucho más venenosa.


Kino llamó a su tía y le contó de las serpientes.


“Serpientes?, viví en ese lugar mucho tiempo y nunca ví una. ¿Será que va a pasar algo malo? los animales cuando se sienten amenazados se mueven mucho y actúan raro.”

“Si eso es verdad…”

“No sé, pero las serpientes son muy sensibles” dijo su tía “En las leyendas, ayudan a la gente perdida. Pero, dicen, que cuando una serpiente te guía, no sabes si te lleva al cielo o al infierno. En muchos casos te lleva a un lugar intermedio, sin bien ni mal.”

“Ambiguo…”

“Exacto. Las serpientes son criaturas ambiguas. Dicen que las serpientes más grandes y astutas esconden su corazón fuera de su cuerpo, para que no las maten. Si quieres matar a una serpiente, tienes que buscar su madriguera y encontrar el corazón palpitante entre sus huevos y cortarlo en dos. Nada fácil.”