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EL HUESPED DE DRÁCULA - BRAM STOKER

Esta maravillosa historia se encontraba como prólogo a la obra original de DRÁCULA de Bram Stoker, pero fue recortado y publicado por aparte en 1914. Hoy, se encuentra en dominio público y es una muestra de la literatura terrible del inglés, más miedosa que el libro, pues era el enganche para nuevos lectores. Fue sacada de www.bramstoker.org y traducida en otra dimensión, para traerles una más horrenda versión del interesante relato.

Vine a visitar los maravillosos Castillos Bávaros de caballeros teutones, que fueron el centro del poder de la Europa medieval. Hoy, son solamente un atractivo turístico que el Herr Delbruck (del hotel donde me hospedaba) me recomendó para conocer. Lejos de la ciudad, sobre las montañas, se encuentran, ocultos aún, miles de reinos misteriosos entre los valles. Los reinos que soportaron invasiones mongolas, árabes y nazis.


Después de desearme un buen viaje, Herr Delbruck dijo al cochero, tomándolo de la mano:


- Recuerde llegar antes del anochecer. Presagian vientos fríos, pero no creo que le detengan… Porque… ¿Sabe bien qué noche es, cierto?


-Ja, mein Herr- Respondió y, tocándose el sombrero, se alejó rápidamente.


Cuando dejamos la ciudad, le hice detenerse en un mirador para darle un último vistazo a la ciudad y, bebiendo brandy, le pregunté al cochero:


- Dime, Johann, ¿qué es esta noche?


El cochero se persignó y respondió lacónico:


- Walpurgis nacht-


El cochero sacó su reloj, un gran objeto antiguo de plata alemana, del tamaño de una papa y lo miró, con las cejas juntas, con los hombros encogidos, impaciente. Esta era su forma de hacerme saber que debemos continuar y me hundí en el carruaje, indicándole que continuara.


Fuimos veloces, estrellando las ruedas del carruaje contra las piedras lodosas. De vez en cuando, los caballos levantaban la cabeza y olfateaban el aire, desconfiados. El camino estaba desolado.


El paisaje triste de los Balcanes se revelaba entre los árboles. Pensé enlas historias de Herr Delbruck de la noche anterior. En este país, de altos riscos y difícil movilidad, es posible que existan reinos en donde nunca llegó la modernidad y la razón. En ellos, aún existen reyes de vistosos ropajes y pieles, con caballeros nobles que responden a ellos en un feudalismo de hace más de cinco siglos.


Vi una trocha que parecía sumergirse en un valle sombrío. Mi sentido de aventura me hacía querer desviarme, encontrar misterios desconocidos. A fin de cuentas, el carruaje ya estaba pago. Pensé en tesoros perdidos en otros tiempos, aguardándome en tras ese desecho camino.


Hice detener al cochero, que me miraba enojado, señalándome el reloj. Le dije que tomáramos ese desvío y dijo que no. Después de repetirle, serio, que era mi voluntad y que había pagado por ello, palideció. Sudando, hizo todo tipo de excusas y se santiguó mientras hablaba. Luego de varios minutos de una discusión entre su alemán y mi inglés, el señor comprendió que no llegaríamos a ningún lado. Entonces, simplemente me tendió las manos, suplicante, y me imploró que no fuera.


Escuchamos un trueno. Lejos en el cielo, persiguiéndonos, se veía una tempestad.


Entre las blancas nubosidades se dibujaban rostros de seres terribles, de caballos sin crin y de ojos rojos, de perros de caza surcando el cielo. Toda una compañía de caza dibujada ahí, por un par de minutos entre las nubes de la lejana montaña. Los truenos, tenaces cornos, parecían animar el paso del supernatural grupo. Johann miró la terrible visión, con el rostro seco y morado, sin aire, gritó para sí mismo:


-¡Walpurgis nacht!-


Entonces los caballos relincharon, inquietos, olfateando el aire. Los ojos del cochero se hincharon del miedo. Él saltó a tomar las bridas, se santiguó, y señaló una cruz blanca, un pedazo de piedra tallada que se levantaba en el cruce de caminos. En el antiguo orden germánico, se tenía la costumbre de enterrar a los suicidas en las encrucijadas, pues éstas son portales al infierno. Una tumba antigua, de aspecto gótico, con enredados arabescos en las esquinas y una gárgola guardándolo todo desde lo alto, traía el nombre de un difunto:


DRÁCULA


Entre un aullido y un ladrido rompió el silencio de la noche. Estaba muy lejos; pero los caballos se encabritaron. Un lobo.


Demacrado, con el cráneo protuberante en la piel de la cara, Johann me gritó, desando hacerse comprender con su cara de disgusto y protesta:


-WERWOLF. SATAN.-


En el silencio que siguió, mientras digería qué hacer, el cochero se retiró un rosario del que llevaba al menos una docena de versos en alemán antiguo. Una vez hubo terminado otra ronda de oraciones, como esperando a que le respondiera, nubes oscuras reptaron por el cielo. La luz del sol se desvaneció y un frío soplo de viento nos atravesó. Fue solo un respiro, fue una advertencia, un hecho, porque el sol volvió a brillar después de profesar esta horrible profecía muda.


Allí estábamos en silencio, sin saber qué hacer ante tan horrible profecía, cuando un segundo aullido nos tranquilizó, pues se escuchaba lejano. Con algo de tranquilidad, el cochero trató de apaciguar mi sentido de aventura, que con este ambiente se había disminuido. Con voz calmada y en el mejor inglés que pudo gesticular, me dijo:


- Herr, ese lugar es profano. No iré por allí. Nadie vive allí, nadie desde hace cien años. Quien muere en esta tierra, quien ha sido enterrado en su sagrada tumba, no perece; conserva la boca roja de sangre y se alimenta de los vivos y los débiles. Todos aquí huyeron, buscando tierras donde los vivos viven y los muertos mueren.

Otro aullido le interrumpió su discurso, acompañado de un trueno, recordándonos la tormenta de terrible aspecto. Los seres infernales aún se veían, como estatuas de mármol en el cielo, símbolos y presagios de un encuentro con el otro mundo. Una leve llovizna inició a caer.


Con el rostro blanco, sudoroso, temblando y mirando a su alrededor como si esperara que alguna presencia espantosa se manifestaría allí, bajo la brillante luz del sol y la llanura abierta, Johann gritó:


-¡Walpurgis nacht!-


Y sin pensarlo dos veces, en un ataque de cobardía, saltó sobre los bríos de los corceles y se dispuso a escapar. Yo le intenté detener, pero me empujó con tal fuerza que caí al suelo. Desde allí, le grité:


-¡No me vas a dejar sólo aquí! ¡Cobarde irracional! ¡Salvaje!-


Y le vi alejarse por el camino, impotente, traté de correr unos metros, pero el carro era mucho más veloz. Le seguía gritando toda clase de vulgaridades y obscenidades; hasta que, en la cima de una colina, un hombre alto y delgado apareció del bosque. Apenas pude ver cómo tenía una vestimenta pulcra, como un noble señorial de la edad media. Sedas rojas que ondulaban con el viento hacían que su figura se distinguiera en la lejanía. Su sola apariencia detuvo el carruaje y, después, se acercó a los caballos, que comenzaron a saltar y patear, chillando de terror. La roja aparición hizo un gesto de fiera ante los corceles. Johann no pudo retenerlos; salieron disparados por el camino, huyendo como locos, dejándolo a él indefenso en el camino. La lluvia empezó a opacar los relinches de los caballos que se alejaban corriendo.


El pobre cochero gritaba, desesperado, mientras el hombre se le acercaba. La lluvia se hizo más fuerte y no me dejó ver nada más. Solo podía seguir escuchando los alaridos de terror, haciendo eco entre las colinas y melodía con los truenos.


Me mantuve allí, inmóvil, sin saber qué hacer, hasta que paró la lluvia. El sol volvió a brillar. La lejanía y la bruma que aún no se dispersaba del todo, se cortó con la silueta roja y cambiante de aquel ser. Ante el naranja tardío mantuvimos aquella misma postura, mirándonos durante un largo tiempo, hasta que el ser empezó a caminar. Con un miedo indescriptible que me hizo sudar frío, corrí en dirección opuesta, cruzando la lápida que, aún húmeda, entre el musgo, seguía gritando al tiempo:


DRÁCULA.


Anduve un par de horas sin pensar en el tiempo o la distancia y sin ver una persona o una casa. No podía parar porque la silueta roja me seguía, flotando, desde lejos, con la paciencia de un felino cazando.


Llegué a un campo amplio, rodeado por colinas cubiertas de árboles. Sentí un escalofrío en el aire y la nieve comenzó a caer. El cielo tornó más gris y la nieve cayó más rápido. Ya no ví al hombre alto de rojo, se perdió entre la ventisca. La tierra se convirtió en una alfombra blanca, reluciente, cuyo borde más lejano se perdía en una brumosa vaguedad. El camino aquí era tosco, mis pies se hundieron más en la hierba y el musgo. El viento se hizo más fuerte y sopló con más fuerza. El aire se hizo más helado.


Escuché de nuevo aquel monstruoso lobo. El eco de la llamada de la caza, me hizo sentir presa del pánico, por lo que corrí a buscar un refugio. Corriendo, me tropecé con un muro de piedra. Este signo de civilización me hizo entender que, tal vez, alguien vivía por estos desiertos lugares. Otro humano que me pudiera brindar seguridad, protección y comida.


Seguí el muro, que tenía bellísimos relieves de antiguas leyendas griegas. Entre los dibujos pude descubrir a Pan, con sus cuernos y sus cascos de cabra; a Hécate, con sus múltiples cabezas contando las caras de la luna; a Licaón, realizando sacrificios humanos a los dioses y las palabras griegas que se repetían aquí y allí con la inscripción Βρυκόλακας,


BRUCOLACO.


Pasé bajo una puerta que tenía al gran dios Pan en la cima del arco, rodeado de una serie de seres faunos que bebían, comían y tenían toda clase de placeres sobre una fiesta infernal. De nuevo, las letras góticas de DRÁCULA titulaban la puerta.


Aquí, los cipreses formaban un callejón. Al fondo, se avizoraba la masa cuadrada de algún tipo de edificio. Las nubes a la deriva oscurecieron la luna y pasé por el sendero en la oscuridad. El viento me estremecía mientras caminaba; seguí mi camino a tientas, a ciegas.


Me detuve porque hubo un silencio repentino. La tormenta había pasado y mi corazón dejó de latir. La luz de la luna se abrió paso entre las nubes y descubrió un cementerio ante mí. El objeto cuadrado que tenía delante era una gran tumba de mármol, tan blanca como la nieve sobre y alrededor de ella.


Un feroz suspiro. La tormenta anunció su regreso con un largo y grave aullido, como el de muchos perros o lobos. Yo estaba asombrado y conmocionado. El frío me agarró del corazón. Mientras un torrente de luz de la luna aún caía sobre la tumba de mármol. Mientras más me acercaba, el viento en contra se hacía más fuerte, alejándome.


Impulsado por la necesidad de buscar refugio, me acerqué al sepulcro. En un techo neoclásico, sobre una puerta dórica, en alemán claramente se encontraba el obituario de:


LA CONDESA DOLINGEN DE GRATZ BUSCÓ Y ENCONTRÓ LA MUERTE EN ESTIRIA - 1801


En la parte superior de la tumba, atravesando el sólido mármol, sobre unos bloques de madera, se encontraba una gran estaca de hierro. Era una especie de estructura religiosa, que tenía grabado, en grandes letras rusas, que reconocí de inmediato:


МЕРТВЫЕ ЕДУТ БЫСТРО; haciendo referencia a DIE TOTEN REITEN SCHNELL, el fragmento mágico del LEONORA, poema de Bürger:


LOS MUERTOS CABALGAN DEPRISA.


¡Misteriosa y extraña es la Noche de Walpurgis! La creencia de millones de personas, la noche en que el diablo está ahí fuera, cuando se abren las tumbas de los muertos para que salgan y caminen; la noche en donde todas las cosas malas del mundo se deleitan. Aquí comprendí en dónde me encontraba, por supuesto que sabía de estos lugares, parte de los antiguos órdenes de los Godos libres.


No eran reinos perdidos, eran reinos exiliados. Pueblos despoblados que la iglesia castigó, el lugar para enterrar suicidas. Y en este terrorífico lugar, un inframundo en la tierra, yo estaba solo y sin tripulación, temblando de frío en un sudario de nieve con una tormenta salvaje sobre mí.


El suelo tembló como si miles de caballos lo atravesaran en estruendo; y esta vez la tempestad no traía nieve en sus alas heladas. El cielo traía grandes granizos que se precipitaban con violencia, que derribaban hojas y ramas que me golpeaban la cabeza, la espalda y las manos.


El único refugio era la oscura entrada dórica de la tumba de mármol. Me recosté sobre una enorme puerta de bronce y esta se movió y se abrió hacia dentro.


Un relámpago bifurcado iluminó los cielos y el interior de la cripta, hecha con arcos góticos. Había una ténue luz de candelabros, prendidos al fondo de la tumba. Entre las pálidas luces se veían inscripciones en latín, vagos poemas románticos de demonios incomprendidos y desterrados desesperados.


Había alguien aquí conmigo, mirándome desde el fondo de la tumba. Con un relámpago la vi: una hermosa mujer, de piel de porcelana y labios rojos, que estaba sentada sobre un féretro. Estalló otro trueno y la mujer desapareció. Escuché risas malévolas haciendo eco en todas las paredes de la cripta.


Otro destello cegador golpeó la estaca de hierro que coronaba la tumba. En un estallido de llamas, surgió un fuego inexplicable al interior de la cripta. La visión de la mujer regresó: ahora era un fantasma de alguien retorciéndose en agonía mientras le lamían las llamas y su amargo grito de dolor fue ahogado por el estruendo del trueno.


Me quedé ciego. Lo último que escuché fue una mezcla de sonidos espantosos. Fui arrastrado por unas garras gigantes, mientras los granizos me golpeaban. Recuerdo una masa vaga, blanca, en movimiento, como si todas las tumbas a mi alrededor hubieran enviado los fantasmas de sus muertos cubiertos con sábanas y me estuvieran cercando tras la nube blanca del granizo.


Por un tiempo no recordé nada, pero lentamente mis sentidos regresaron. Mis pies me atormentaban de dolor, no podía moverlos. Tenía una sensación helada en la nuca y por toda la columna y mis oídos, como mis pies, estaban muertos. Luego vino una especie de repugnancia, mareo y un deseo salvaje de liberación


Un animal estaba acostado sobre mí y lamía mi garganta. Temía moverme, algún instinto de prudencia me ordenaba quedarme quieto; pero el bruto monstruo pareció darse cuenta de mi conciencia porque levantó la cabeza.


Vi sobre mí los grandes ojos llameantes de un lobo gigantesco. Sus dientes blancos y afilados brillaban en la boca abierta y roja, podía sentir su aliento caliente, feroz y acre sobre mí. El lobo aullaba de una forma extraña y un resplandor escarlata que iluminaba el bosque de cipreses.


Desde más allá de los árboles llegó al trote una tropa de jinetes con antorchas. El lobo se levantó de mi pecho y corrió al cementerio. Vi a uno de los jinetes (soldados por sus gorras y sus largas capas negras y militares) levantar su carabina y apuntar. Dos disparos persiguieron al perro y un jinete, el más veloz, siguió la criatura.


Dos o tres de los soldados saltaron de sus caballos y se arrodillaron a mi lado. Uno de ellos levantó mi cabeza y colocó su mano sobre mi corazón. Al darse cuenta que vivía, me vertió brandy en la garganta; pude abrir completamente los ojos. Las luces y las sombras se movían entre los árboles y oí que los hombres se llamaban unos a otros en susurros y gritos inhumanos. Se juntaron, profiriendo chillidos agudos de miedo; y las luces relampaguearon mientras los demás salían en tropel del cementerio, poseídos.


Cabalgamos por el bosque en perfecta formación. Me dí cuenta que no viajaba con seres humanos, pues estos militares no tenían rostro bajo sus capas. Eran sombras oscuras cabalgando esqueléticos corceles de ojos rojos, que chispeaban fuego entre sus fauces. De vez en cuando, el capitán de la tropa chillaba un grito desolador, un aullido del más allá, liderando la cabalgata.


Sintiéndome un cautivo, pregunté a una sombra por mi destino, a lo que me entregó una carta que leía:


“Bienvenido a Transilvania.


Espero que mi guardia no le incomode, no es muy… vívida. Hágase el favor y disfrute de esta agradable cabalgata a mi morada. Sobre su cochero y sus pertenencias… no se preocupe, yo las he recuperado sin esfuerzo. La experiencia ha sido… gratificante. Le recomiendo deshacerse de toda prenda religiosa que pueda portar consigo, pues las encuentro… de mal gusto.


Déjeme calmar sus nervios: usted no saldrá vivo de mis dominios; pero le aseguro, por mis modales nobles de antiguo linaje, que tampoco padecerá… de aburrimiento.


Drácula”.


FIN


 


Ilustración para la icónica edición de PENGUIN BOOKS. Esta tiene un poco de brillantina, para agregar estilo.

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