El Cable Nocturno - H.F. Arnold
H.F Arnold es conocido por esta historia, publicada originalmente en la famosa revista Weird Tales en 1926, pero aquí mal traducida y pervertida por Grimoria. Espero disfruten de esta versión, que no difiere mucho de la original, pues es un relato excelente. Ha sido traducida al español como El Despacho Nocturno, pero aquí, en Colombia, un despacho es un lugar desde donde se envían cosas. No cuadra.
No cuadra, como aquellos mensajes que nos llegan desde otras dimensiones. Una vez escuché que, en una vereda, hay un pozo desde donde se escuchan ruidos de una ciudad desconocida. Ruidos de otras dimensiones, existiendo en paralelo a la nuestra. De eso trata este relato.

El maravilloso Hannes Bok ilustró cientos de libros de ciencia ficción, fantasía y terror. Él mismo era astrólogo, escritor y poeta. Él nos acompañará en este relato.
Hay algo oscuro en este puesto nocturno. Te sientas aquí, en el piso superior de un rascacielos y escuchas los susurros de la civilización. Nueva York, Londres, Calcuta, Bombay, Singapur; ellos son tus vecinos de al lado después de que la luz se oculta y el mundo se ha ido a dormir.
Solo en las silenciosas horas entre las dos y las cuatro de la madrugada, los operadores nocturnos de esta oficina dormitan sobre sus equipos y las noticias les llegan en pitidos de clave morse. Fuegos, desastres y suicidios. Asesinatos, tumultos y catástrofes. Algunas veces, es un terremoto con una lista de damnificados tan larga como tu brazo. Mucho trabajo. El cable operador nocturno lo anota, casi en sueños, registrándolo en su máquina de escribir, con solo un dedo.
De vez en cuando paras oreja y atención: alguien en Singapur, Halifax o París ha sido asesinado y tiene el nombre de alguien que conoces. Otros, de vivir en este ambiente somnoliento y pesimista, deciden renunciar y tomar algún otro camino. Otros, nos quedamos aquí, la mayoría del tiempo sentados, dormitando, organizando papeles, tecleando en una máquina de escribir y deseando que los segundos se hagan horas para ir a la cama.
A veces, se filtra información de lugares oscuros y perdidos. Una sucedió la otra noche y todavía no la supero. Desearía poder.
Verás, Yo soy el gerente nocturno, en un puerto de un pueblo del oeste; su nombre, no importa. Hay o, más bien, había, solo un operador nocturno en todo mi personal, un tipo llamado John Morgan, de cómo cuarenta años. Podría decir que era un trabajador sobrio y juicioso.
Él era uno de los mejores operadores que jamás he conocido, lo que se conoce como un “doble”. Eso significa que él puede manejar dos receptores al tiempo y escribe las historias en dos máquinas de escribir al mismo tiempo. Él era una de las tres personas que he conocido que pueden hacerlo consistente, hora tras hora y nunca cometer un error.
Generalmente, nosotros usábamos solo un sensor de cables por noche, pero algunas veces, cuando es tarde y las noticias llegan rápido, las estaciones de Chicago y Denver abren un segundo cable y entonces Morgan hacía lo suyo. Él era un mago, un hechicero mecánico y automático que funcionaba increíblemente, pero no tenía imaginación.
En la noche del 16, él se quejó de estar cansado. Fue la primera y la última vez que alguna vez le escuché decir algo sobre él mismo y le había conocido por tres años.
Eran solo las tres de la tarde y estábamos usando solo un cable. Yo estaba revisando los reportes en mi escritorio y casi ni le estaba poniendo cuidado, cuando él habló.
“Jim”. Me dijo “¿Está haciendo calor o soy yo?”
“Para nada John”. Le respondí. “Pero abre una ventana si quieres.
“Olvídalo”. Dijo. Reconozco que estoy algo cansado.
Eso fue todo lo que dijo y continuó trabajando. Cada diez minutos o algo así yo iba y traía una pila de los papeles que se acumulaban en orden junto a su máquina de escribir.
Debieron pasar veinte minutos después de que él habló y me di cuenta que había abierto el otro cable y estaba escribiendo a dos máquinas. Un poco inusual, pues no había nada “caliente” llegando. En mi siguiente viaje tomé una copia de ambas máquinas y la llevé a mi escritorio para organizarla.
El primer cable estaba recibiendo el tipo de cosas rutinarias y lo miré de corrido. Entonces me giré a la segunda copia.
Lo recuerdo particularmente, porque la historia era de un pueblo que jamás había escuchado: “XEBICO”.
Aquí está el comunicado. Guardé un duplicado de nuestros archivos:
“Xebico, septiembre 16 Boletín AFP.
La niebla más pesada en la historia de la ciudad ha caído sobre las calles a las cuatro en punto de ayer en la tarde. Todo el tráfico se ha detenido y la niebla cuelga, como una cortina, sobre todas las cosas. Luces de intensidad ordinaria fallan al atravesar la bruma, perdiendo su forma, difuminándose entre la luz de la tarde.
Los científicos no han logrado llegar a un acuerdo sobre la causa, mientras la entidad local del clima anuncia que algo así jamás ha ocurrido jamás en la historia de la ciudad”.
Eso es todo lo que había, nada fuera de lo ordinario en una agencia como esta, pero, como ya les dije, me llamó la atención el nombre del pueblo.
Debieron pasar como quince minutos cuando volví por otro viaje de copias. Morgan estaba acurrucado en su silla y había ajustado su lámpara eléctrica verde para que la luz no diera sobre sus ojos y cayera sobre la parte superior de las dos máquinas de escribir.
Solo las cosas casuales estaban en la pila de la derecha, pero la de la izquierda traía otra historia de Xebico. Todos los comunicados de prensa venían en “partes”, es decir que eran parte de muchas historias encordadas juntas, tal vez porque unos cuántos parágrafos de cada fuente llegaron al mismo tiempo. Esta segunda historia se llamaba “Más niebla”. Aquí está la copia:
“A las 7 de la noche la bruma se había incrementado notablemente. Todas las luces eran ahora invisibles y el pueblo estada rodeado de una densa oscuridad.
Como una peculiaridad del fenómeno, la niebla está acompañada de un olor enfermizo, sin comparación a nada anteriormente experimentado”.
Abajo, a la manera casual de la prensa, estaba la hora: 3 y 27 y las iniciales del operador, JM. Había otra historia de esta pila. Aquí está:
“Segundo anexo, bruma de Xebico.
Recuentos de su origen difieren bastante. Uno de los más usuales es el del sacristán de la iglesia local, quien llegó hasta el ayuntamiento en una condición de histeria y declaró que la niebla tuvo su origen en el cementerio del pueblo.
Primero fue visible como una manta de un suave gris aferrándose a la tierra sobre las tumbas, dijo. Entonces empezó a levantarse, más y más alto. Una brisa subterránea parece que la expulsaba en olas, que se separaban y se juntaban otra vez.
Vi fantasmas brumosos, retorciéndose de angustia, doblándose en la fosca en extrañas formas y figuras. Y entonces, en una muy espesa parte de la calina, algo se movió.
Me di la vuelta y corrí de aquel condenado lugar. Detrás de mí escuché gritos en las casas que bordeaban el camposanto.
Aunque la historia del sacristán ha sido desacreditada, una gran comitiva ha ido a investigar. Inmediatamente después de contar su historia, el sacristán colapsó y ahora se encuentra en el hospital local, inconsciente”.
Rara historia ¿No? No es que no estemos acostumbrados a historias como esta, pues muchos cuentos extraños llegan por cable. Pero por alguna razón, tal vez era porque hacía mucho silencio esa noche; el reporte de la bruma me dejó una fuerte impresión.
Al borde del pánico, fui por la siguiente tanda de copias. Morgan no se movió y el único sonido de la habitación era el tap-tap de los receptores. Era ominoso, horripilante.
Había otra historia de Xebico en esta tanda. La tomé, ansioso:

“Nuevo avance informativo Xebico. AFP.
No ha regresado la comitiva de rescate, que salió a las 11 de la noche a investigar la extraña historia del origen de la bruma que, desde la tarde de ayer, ha secuestrado la ciudad en completa oscuridad. Otra comitiva más grande ha partido.
Mientras tanto, la niebla se ha vuelto más pesada. Ella se cuela por las fisuras en las puertas e inunda la atmósfera en un deprimente olor a decadencia. Es opresiva, terrorífica y deja la pegajosa impresión de algo que lleva mucho tiempo muerto.

Los residentes de la ciudad han dejado sus hogares y se ha concentrado en la iglesia local, donde los monjes están oficiando misa y plegarias. La escena está fuera de toda descripción. Adultos y niños están aterrorizados y muchos se encuentran fuera de sí.
Entre las bocanadas de vapor que velan parte del auditorio de la iglesia, un viejo sacerdote reza por el bienestar de su rebaño. Los creyentes alternan exclamaciones entre susurros y quejidos.
De las afueras de la ciudad se pueden escuchar gritos de voces desconocidas que hacen eco a través de la bruma en una triste cadencia de bemoles. Gritos, como el viento cuando pasa silbando a través de un gigantesco túnel. Pero la noche está en calma y no hay brisa”.
Soy un hombre calmado y nunca, en una docena de años que he pasado con los cables, me he sentido tan afectado por uno. A pesar de esto, me levanté de mi silla y caminé a la ventana.
Puede que esté equivocado, pero alcancé a percibir un poco de neblina en la ciudad que se extendía ante mí, en la ventana nocturna de mi oficina. Tal vez fue mi imaginación.
En la sala de prensa, el click de los sensores sonaba a destiempo. Morgan, solo, seguía inmóvil en su silla, su cabeza se escurrió entre sus hombros, sus manos teclearon las máquinas con un dedo en cada mano.
Él parecía dormido, pero no; las máquinas traqueteaban con eficiencia y sin fin, línea tras línea, implacables y sin esfuerzo, como la misma muerte. Había algo en ese movimiento monótono de las teclas que me fascinaba.
Caminé hasta allí y me detuve tras su silla, leyendo sobre su hombro las palabras que iban quedando en el papel, letra por letra.
Aquí está el siguiente:

“Flash Informativo Xebico AFP.
No habrá más boletines de esta oficina. Lo imposible ha sucedido. Ningún mensaje ha llegado a esta habitación en veinte minutos. Hemos sido segregados del exterior e, incluso, de las calles bajo nosotros.
Yo estaré en el cable hasta el final.
Este es el fin, sin duda. Desde las 4 de la tarde de ayer, la niebla ha caído sobre la ciudad. Siguiendo los reportes del sacristán de la iglesia local, dos comitivas de rescate fueron enviadas para investigar las condiciones en las afueras de la ciudad. Ninguna de ellas ha regresado, ni se ha escuchado palabra de ellas. Está muy claro que no regresarán.
Desde mi puesto, puedo observar la ciudad debajo de mí. Desde la posición de esta habitación en el piso número 13, casi toda la ciudad se puede ver. Solo puedo divisar una densa capa de negrura donde usualmente hay luces y vida.
Me temo que los constantes lamentos que escucho de las afueras de la ciudad son los gritos de muerte de sus habitantes. Están incrementando en volumen, en número y disminuyendo en distancia del centro de la ciudad.
La bruma aún cuelga sobre todas las cosas, más pesada que nunca; pero sus características han cambiado. En vez de una opaca e impenetrable muralla de oloroso vapor, ahora hay remolinos y retorcijos y una masa indescriptible de agonía humana. De vez en cuando, los cúmulos espesos permiten dar breves vistazos de las calles de abajo.
La gente está corriendo, gritando en desespero. Una vasta algarabía de sonidos vuela hasta mi ventana y, sobre todo, se escucha el tumulario grito del invisible e inmisericorde viento.
La fosca ha caído de nuevo sobre la ciudad y los gritos se acercan poco a poco.
Están justo debajo.
¡Dios! Hace un instante la neblina de dispersó y percibí un segundo de las calles de abajo.
La calina no es simple vapor ¡Ella vive! Junto a cada humano que llora y se lamenta hay una figura, un aura de extraños y variados tonos de color ¡Las formas se pegan a sus cráneos! ¡LOS CONSUMEN COMO JUGO!
Los hombres y mujeres que han caído se encuentran boca abajo. Los fantasmas de la niebla les acarician con cariño, se arrodillan junto a ellos. Están… absorbiéndoles.
Una misericorde capa de vapor ha cubierto la detestable escena. Ya no puedo ver nada más.
La pared de vaho está cambiando de colores. Ella parece alumbrada por fuegos infernales. No, no lo está. Me he equivocado. Los colores provienen de arriba, reflejos del Cielo.
¡Arriba! ¡Arriba! todo el Cielo está cubierto en llamas. Colores jamás vistos por hombre o demonio. Las flamas se mueven; se han empezado a mezclar; los colores se reorganizan por sí mismo, son tan brillantes que mis ojos arden, aunque los colores estén lejos.
Ahora han empezado a contorsionarse, a dar vueltas, a torcerse en intricados diseños y patrones. Las luces bailan, en supernatural brillantez.
He hecho un descubrimiento. No hay nada peligroso en las luces. Ellas irradian fuerza y amabilidad, casi que alegría. Pero por su propia fuerza, hieren.
Mientras las miro, ellas se retuercen cerca y cada vez más cerca, un millón de metros en cada salto. Miles de millones de brillos, a la velocidad de la luz. La quintaesencia de todo albor. Bajo ella, la niebla se derrite en una preciada luminosidad radiante y multicolor, un caleidoscopio de miles de tonalidades.
Puedo ver calles. Llenas de gente. Las luces se acercan. Están junto a mí. Yo…”
El mensaje se detuvo abruptamente. El cable de Xebico estaba muerto. No había más señales ni el intermitente sonido de un cable que trae mensajes en clave morse. Bajo mis ojos, en el estrecho círculo de luz bajo la verde lampara, la tinta negra ya no es automática, ya no marca, letra por letra sobre la página.
La habitación está llena de una solemne quietud, un poderoso silencio.
Miré a Morgan. Sus manos habían caído nerviosas a su lado, mientras su cuerpo estaba acurrucado peculiarmente.
Moví la lámpara hacia atrás, dejando caer la luz sobre su rostro. Sus ojos miraban al horizonte, fijos.
Lleno de un insólito presentimiento, le moví a un lado y llamé a Chicago por cable. Después de un segundo, el sensor tecleo una respuesta.
Chicago reportó que no había enviado ningún mensaje en toda la noche.
“Morgan”. Grité. “Morgan, despierta. No es verdad, alguien nos ha jugado una broma…”.
En mi afán, le tomé por el hombro.
Su cuerpo estaba frío.
Morgan había muerto hace horas.
¿Podría ser que su cerebro y sus dedos, automatizados, hayan continuado de escribir estas impresiones después del final de su vida?
Nunca lo sabré, porque nunca más tomaré el turno nocturno. Busqué en un atlas mundial y nunca encontré el pueblo de Xebicó.
Lo que sea que mató a John Morgan será para siempre un misterio.
